Antes de devolver "El pájaro pintado" de Jerzy Kosinsky a su dueño, dejo aquí este párrafo, que me parece la más memorable representación del poder y crueldad de la belleza o de la belleza del poder y de la crueldad, como quieran.
"Al cabo de poco tiempo
apareció en el patio un alto oficial de las SS, vestido con un uniforme negro
como el hollín. Nunca había visto un uniforme tan impresionante. En el
orgulloso remate de la gorra fulguraba una calavera con dos tibias cruzadas,
en tanto que unas insignias en forma de rayos le adornaban el cuello. Tenía la
manga cruzada por un brazalete rojo con el temerario signo de la esvástica. (…)
El oficial se acercó indolentemente a mí, golpeando con una fusta la costura de
sus pantalones de montar recién planchados. Apenas lo vi no pude apartar la
mirada de él. Todo su ser parecía imbuido de una cualidad eminentemente
sobrehumana. Contra el fondo de colores tenues proyectaba una negrura
indeleble. En un mundo de hombres de rostros atormentados, con los ojos
reventados, con las extremidades ensangrentadas, magulladas y desfiguradas,
entre los cuerpos fétidos y descoyuntados, él parecía un modelo de pulcra
perfección inmarcesible: su rostro de piel suave y brillante, el refulgente
pelo rubio que asomaba por debajo de la gorra rematada en punta, los ojos de
metal puro. Cada movimiento de su cuerpo parecía impulsado por una colosal
fuerza interior. El timbre granítico de su voz era el más adecuado para ordenar
la exterminación de criaturas inferiores y desamparadas. Me sentí aguijoneado
por un sentimiento de envidia que jamás había experimentado antes y admiré la
calavera y las tibias cruzadas y deslumbrantes que adornaban su alta gorra.
Pensé en lo hermoso que sería tener una calavera resplandeciente y lisa como
esa en lugar de mi cara gitana que despertaba tanto temor y disgusto entre la
gente bien.
El oficial me estudió
detenidamente. Me sentí como una oruga aplastada, destilando jugo sobre el
polvo: un ser que no puede hacer daño a nadie y que sin embargo inspira odio y
repugnancia. En presencia de este hombre rutilante, armado con todos los símbolos
del poder y la majestad, me sentía auténticamente avergonzado de mi aspecto.
Miré la hebilla ornamentada de su cinturón de oficial, que se hallaba exactamente
a la altura de mis ojos, y aguardé su decisión.
En el patio reinaba
nuevamente el silencio. Los soldados nos rodeaban esperando obedientemente lo
que ocurriría a continuación. Sabía que de alguna manera se estaba decidiendo
mi destino, pero eso me resultaba indiferente. Había depositado una confianza
infinita en el veredicto del hombre que se empinaba frente a mi. Sin duda tenía
poderes que no estaban al alcance de la gente común."
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