Como dice este artículo, tendemos a pensar que la forma en que hacemos el amor, el tipo de sexo que disfrutamos, es algo que no tiene precedentes. Como dice muy agudamente el autor, recordemos lo difícil que nos resulta imaginar que nuestros padres “lo hacen”. Y ya no digamos que lo hacen “satisfactoriamente”. También cuesta encontrar a alguien (esto lo digo yo, no el artículo) que no se crea por encima de la media, sexualmente hablando. Por lo que respecta a los hombres, tanto como sus capacidades al volante, que también son lo más. Si hablamos de nosotras, todas (todas) tenemos un buen gusto indiscutible.
Pero no parece que haya nada nuevo bajo el sol. Incluso la muy denostada “época victoriana” era menos victoriana de lo que se nos quiere hacer creer.
Las feministas descubrieron el clítoris, los hippies el amor libre y la ilusión de novedad erótica entró en la cultura de masas. Según Philip Larkin, la mitad de las personas nacidas en los años siguientes a la 2ª Guerra Mundial creyeron que las relaciones sexuales empezaron en 1963 "entre el final de la prohibición de El amante de Lady Chatterley y el primer LP de los Beatles. "
Y, como en épocas anteriores, el sueño de emancipación erótica fue relacionado con el de la emancipación política.
Pero el sexo no emancipa de nada. Más bien te pone delante de un espejo caleidoscópico, lisérgico, psicodélico donde te ves reflejada (si eres XX) en las emociones y pulsiones de una hilera de hembras bastante absurdas hasta el infinito.
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