Judith Rich Harris ha escrito otro libro indispensable después del revuelo que causó la aparición del anterior, “El mito de la educación”. En este que estoy leyendo, “No two alike” (“No hay dos iguales”), trata de averiguar qué es lo que hace a las personas tan distintas, con personalidades tan diferenciadas aunque se trate de gemelos idénticos criados en condiciones casi idénticas.
Me llamaron la atención ayer unos pasajes en los que reflexiona sobre la información que almacenamos respecto a las personas con las que tenemos o podemos llegar a tener alguna interacción y su relación con una estructura de carácter jerárquico donde inconscientemente nos vamos ubicando y ubicamos a los demás. Este es, para Harris, uno de los más importantes motivos para tener tan desarrollados los distintos módulos vinculados al tratamiento de la información sobre la gente. Ella, no sin humor, lo pone al servicio del llamado “pecking order” (orden del picoteo). Este es un término acuñado por investigadores que han trabajo en relaciones jerárquicas entre aves y que se ha hecho extensivo al resto de los animales sociales. El “orden del picoteo” dice que el de arriba podrá picotear al resto y que el de abajo será picoteado por el resto. Entre ambos extremos se establece una cadena que tiene significado evolutivo y que, si está ahí, es porque, aunque feo, es muy útil: una vez establecido el reparto ya no hay necesidad de luchar, el de abajo reconoce al de arriba y “reina la paz”. El grupo social lleva a cabo su funcionamiento sin fricciones, tal como lo haría un superorganismo. Según Harris, las jerarquías de dominancia son beneficiosas no sólo para los ganadores (los que a partir de ese momento son vapuleados con menos frecuencia y menos severamente). Tanto los ganadores como los perdedores disfrutan de la ventaja de ser parte de un grupo. Como dice agudamente, un ave aislada se convierte en un pato de feria para los depredadores.
En los grupos humanos, eso es más complicado. Y no digamos hoy en día. Básicamente porque una misma persona puede ser miembro de varios grupos a la vez; vive, afortunadamente, dentro de un sistema de derechos y libertades que suele protegerla y, a lo mejor, no le va la vida en pertenecer un grupo determinado donde otros gallos controlan el corral confiando sólo en el amedrentamiento del prójimo. Hoy en día, un ave puede permitirse ser algo más respondona y la estructura jerárquica ser menos estable. En resumidas cuentas: un líder ha de tener fuerza moral para serlo; merecerlo, digamos. Es la mejor manera de no tener que andar, como también diría un americano, vigilando su culo.
3 comentarios:
Gotigoti dijo,
con un líder como el que tenemos,con esa fuerza moral que le adviene por pertenecer a los escogidos,será mejor que vigilemos nuestros culos.
Y hablando de corrales y de la calidad de las crías,¿ha leído usted el artículo To breed a better human, publicado en Scienceblogs.com/gnxp el 6 de diciembre de 2006?
no lo he leído pero correré a hacerlo, como hago siempre que usted me da un consejo :-)
M-P
Creo que la mayoría de nosotros en algún momento hemos intentado alterar el "pecking order" dentro del cual estábamos insertos. Es lo que corresponde. Alguno lo logró, a veces para mal de los demás, porque el nuevo "espalda plateada" terminó siendo más abusivo que el anterior.
Con el tiempo uno termina por reconocer que las jerarquías tienen también una finalidad de mantener la paz y para poder prosperar. Nos dimos cuenta que los niños, por ejemplo, necesitan tener reglas claras y firmes y que las deben respetar. Y que nosotros, sus padres o profesores, no somos sus "amigos" sino sus conductores. Así que, igualitarismo, nada que ver. Está en la naturaleza. Pero tenemos la política para que las jerarquías necesarias sean cada vez más adecuadas a los fines de la especie.
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