'CITILEAKS'
Aquellas cenas de 30 euros
Por José María Albert de Paco
El 9 de junio de 2004, nueve intelectuales catalanes se citaron en el hotel Barceló Sants para discutir la posibilidad de fundar un partido político no nacionalista. Al cabo de dos años, la criatura echaba a andar bajo el nombre de Ciutadans-Partido de la Ciudadanía.
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Entre ambas fechas, aquellos nueve intelectuales, que fueron fluctuando en número hasta plantarse en quince, se enzarzaron en un debate airado, lúcido y aun amargo en que pronto se desataría la tensión entre dos bandos, vagamente identificados con la izquierda y la derecha. Ahora, una de las promotoras de la iniciativa, María Teresa Giménez Barbat, ha recogido las actas de aquel proceso en Citileaks. Los españolistas de la plaza Real.
Escribo actas así, en cursiva, porque, en puridad, lo que Barbat airea son los emails en que se fue cociendo C's, y que muestran con crudeza las complicidades y desavenencias entre unos y otros. Para empezar, la idea de promover una formación política no fue unánime. El ala izquierdista, liderada por Francesc de Carreras, siempre abogó por impulsar una asociación, lobby o similar; el ala derecha, en que despuntaba Arcadi Espada, consideraba innegociable la creación de un partido. Fue, probablemente, la única victoria de los espadistas.
La autora pertenecía a esta última fracción (si puede llamarse fracción a lo que en verdad fue un magma liberaloide); así y todo, más que la condición de derechista, su rasgo primordial fue la bisoñez: Barbat no pertenecía al friso atildado de los De Azúa o De Carreras, ni escribía habitualmente en los periódicos, como hacían Espada o Pericay, ni acreditaba un linaje intelectual al modo en que lo hacían Ana Nuño u Horacio Vázquez-Rial. Teresa Giménez Barbat era, en más de un sentido, una mujer en ciernes: no hacía mucho que se había divorciado, acababa de publicar su primer libro y carecía de pedigrí en la esfera no nacionalista, entre otras razones, porque su camino de Damasco (había sido votante de CiU) databa de anteayer. Era, en fin, un pececillo rodeado de escualos, lo que la alejaba, casi de forma equidistante, de unos y otros. En el fondo, su libro es producto de la fascinación que le produjo verse compartiendo mesa y mantel con los tipos a los que leía habitualmente. Sé bien de lo que hablo, pues yo mismo ascendí a cabo en una de las varias ampliaciones del grupo, y el roce con la palabra intelectual fue, por momentos, embriagador. Literalmente, además, pues la vida empezó a consistir en cenas de 30 euros que, andando el tiempo, tomarían un cariz tan familiar como cualquier reunión de exiliados, que era, en el fondo, lo que aspirábamos a ser un poco todos.
En el caso de Barbat, esa fascinación primera va dando paso a una mirada irreverente y hasta dolida. En parte, porque el partido (no Ciutadans, entiéndanme, sino la política) se revela como un monstruo insaciable que exige cada día más y más dedicación, lo que, indefectiblemente, comporta incontables renuncias. Es entonces cuando la autora constata que está sola, que los intelectuales que fletaron el barco han acabado por quedarse en tierra firme. Al interpelarlos por la renuncia, todos, izquierdistas y liberales, exhiben un contrato en que figura, diminuta, una cláusula que reza: "Nosotros ya dijimos que no nos dedicaríamos a esto". El partido de Albert Boadella es ahora el partido de Albert Rivera, un abogado de 26 años de quien Barbat se reclama, de forma un tanto almodovariana, madre política.
El 1 de noviembre de 2006, Ciutadans obtuvo tres diputados en las elecciones al Parlamento autonómico, una hombrada que, parafraseando el manifiesto fundacional del partido, suponía un cierto restablecimiento de la realidad. Por una vez, la política se abría camino al margen del esoterismo nacionalista. La torna (era inexorable que la hubiera) fue la evidencia de que los manifiestos se parecen poco a su plasmación, lo que el mismo Rivera vendría a remachar con un primer discurso atroz. Son precisamente esas impurezas las que, en suma, conforman Citileaks, un libro tan coherente con su tesis que viene plagado de erratas. Como la vida.
TERESA GIMÉNEZ BARBAT: CITILEAKS. Sepha (Sevilla), 2012, 323 páginas. Prólogo de IGNACIO VIDAL-FOLCH.
albertdepaco.tumblr.com
Escribo actas así, en cursiva, porque, en puridad, lo que Barbat airea son los emails en que se fue cociendo C's, y que muestran con crudeza las complicidades y desavenencias entre unos y otros. Para empezar, la idea de promover una formación política no fue unánime. El ala izquierdista, liderada por Francesc de Carreras, siempre abogó por impulsar una asociación, lobby o similar; el ala derecha, en que despuntaba Arcadi Espada, consideraba innegociable la creación de un partido. Fue, probablemente, la única victoria de los espadistas.
La autora pertenecía a esta última fracción (si puede llamarse fracción a lo que en verdad fue un magma liberaloide); así y todo, más que la condición de derechista, su rasgo primordial fue la bisoñez: Barbat no pertenecía al friso atildado de los De Azúa o De Carreras, ni escribía habitualmente en los periódicos, como hacían Espada o Pericay, ni acreditaba un linaje intelectual al modo en que lo hacían Ana Nuño u Horacio Vázquez-Rial. Teresa Giménez Barbat era, en más de un sentido, una mujer en ciernes: no hacía mucho que se había divorciado, acababa de publicar su primer libro y carecía de pedigrí en la esfera no nacionalista, entre otras razones, porque su camino de Damasco (había sido votante de CiU) databa de anteayer. Era, en fin, un pececillo rodeado de escualos, lo que la alejaba, casi de forma equidistante, de unos y otros. En el fondo, su libro es producto de la fascinación que le produjo verse compartiendo mesa y mantel con los tipos a los que leía habitualmente. Sé bien de lo que hablo, pues yo mismo ascendí a cabo en una de las varias ampliaciones del grupo, y el roce con la palabra intelectual fue, por momentos, embriagador. Literalmente, además, pues la vida empezó a consistir en cenas de 30 euros que, andando el tiempo, tomarían un cariz tan familiar como cualquier reunión de exiliados, que era, en el fondo, lo que aspirábamos a ser un poco todos.
En el caso de Barbat, esa fascinación primera va dando paso a una mirada irreverente y hasta dolida. En parte, porque el partido (no Ciutadans, entiéndanme, sino la política) se revela como un monstruo insaciable que exige cada día más y más dedicación, lo que, indefectiblemente, comporta incontables renuncias. Es entonces cuando la autora constata que está sola, que los intelectuales que fletaron el barco han acabado por quedarse en tierra firme. Al interpelarlos por la renuncia, todos, izquierdistas y liberales, exhiben un contrato en que figura, diminuta, una cláusula que reza: "Nosotros ya dijimos que no nos dedicaríamos a esto". El partido de Albert Boadella es ahora el partido de Albert Rivera, un abogado de 26 años de quien Barbat se reclama, de forma un tanto almodovariana, madre política.
El 1 de noviembre de 2006, Ciutadans obtuvo tres diputados en las elecciones al Parlamento autonómico, una hombrada que, parafraseando el manifiesto fundacional del partido, suponía un cierto restablecimiento de la realidad. Por una vez, la política se abría camino al margen del esoterismo nacionalista. La torna (era inexorable que la hubiera) fue la evidencia de que los manifiestos se parecen poco a su plasmación, lo que el mismo Rivera vendría a remachar con un primer discurso atroz. Son precisamente esas impurezas las que, en suma, conforman Citileaks, un libro tan coherente con su tesis que viene plagado de erratas. Como la vida.
TERESA GIMÉNEZ BARBAT: CITILEAKS. Sepha (Sevilla), 2012, 323 páginas. Prólogo de IGNACIO VIDAL-FOLCH.
albertdepaco.tumblr.com
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