Siempre que afloran los prejuicios éticos o nacionales,
en tiempos de escasez, cuando se desafía la autoestima o vigor nacional,
cuando sufrimos por nuestro insignificante papel y significado cósmico
o cuando hierve el fanatismo a nuestro alrededor, los hábitos de pensamiento
familiares de épocas antiguas toman el control. La llama de la vela parpadea.
Tiembla su pequeña luz. Aumenta la oscuridad.
Los demonios empiezan a agitarse (Carl Sagan).

El pájaro pintado o la entrega amorosa a quien tiene tu vida en sus manos.

miércoles, 9 de enero de 2013



Antes de devolver "El pájaro pintado"  de Jerzy Kosinsky a su dueño, dejo aquí este párrafo, que me parece la más memorable representación del poder y crueldad de la belleza o de la belleza del poder y de la crueldad, como quieran.


"Al cabo de poco tiempo apareció en el patio un alto oficial de las SS, vestido con un uniforme negro como el hollín. Nunca había visto un uniforme tan impresionante. En el orgulloso remate de la gorra fulguraba una calavera con dos tibias cruzadas, en tanto que unas insignias en forma de rayos le adornaban el cuello. Tenía la manga cruzada por un brazalete rojo con el temerario signo de la esvástica. (…) 

El oficial se acercó indolentemente a mí, golpeando con una fusta la costura de sus pantalones de montar recién planchados. Apenas lo vi no pude apartar la mirada de él. Todo su ser parecía imbuido de una cualidad eminentemente sobrehumana. Contra el fondo de colores tenues proyectaba una negrura indeleble. En un mundo de hombres de rostros atormentados, con los ojos reventados, con las extremidades ensangrentadas, magulladas y desfiguradas, entre los cuerpos fétidos y descoyuntados, él parecía un modelo de pulcra perfección inmarcesible: su rostro de piel suave y brillante, el refulgente pelo rubio que asomaba por debajo de la gorra rematada en punta, los ojos de metal puro. Cada movimiento de su cuerpo parecía impulsado por una colosal fuerza interior. El timbre granítico de su voz era el más adecuado para ordenar la exterminación de criaturas inferiores y desamparadas. Me sentí aguijoneado por un sentimiento de envidia que jamás había experimentado antes y admiré la calavera y las tibias cruzadas y deslumbrantes que adornaban su alta gorra. Pensé en lo hermoso que sería tener una calavera resplandeciente y lisa como esa en lugar de mi cara gitana que despertaba tanto temor y disgusto entre la gente bien.

El oficial me estudió detenidamente. Me sentí como una oruga aplastada, destilando jugo sobre el polvo: un ser que no puede hacer daño a nadie y que sin embargo inspira odio y repugnancia. En presencia de este hombre rutilante, armado con todos los símbolos del poder y la majestad, me sentía auténticamente avergonzado de mi aspecto. Miré la hebilla ornamentada de su cinturón de oficial, que se hallaba exactamente a la altura de mis ojos, y aguardé su decisión.

En el patio reinaba nuevamente el silencio. Los soldados nos rodeaban esperando obedientemente lo que ocurriría a continuación. Sabía que de alguna manera se estaba decidiendo mi destino, pero eso me resultaba indiferente. Había depositado una confianza infinita en el veredicto del hombre que se empinaba frente a mi. Sin duda tenía poderes que no estaban al alcance de la gente común."

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