Siempre que afloran los prejuicios éticos o nacionales,
en tiempos de escasez, cuando se desafía la autoestima o vigor nacional,
cuando sufrimos por nuestro insignificante papel y significado cósmico
o cuando hierve el fanatismo a nuestro alrededor, los hábitos de pensamiento
familiares de épocas antiguas toman el control. La llama de la vela parpadea.
Tiembla su pequeña luz. Aumenta la oscuridad.
Los demonios empiezan a agitarse (Carl Sagan).

Ramoneda y los cuerpos desmembrados

miércoles, 7 de noviembre de 2012



Hace unos días, en un post de Arcadi Espada, leí un artículo de Ramoneda que envié posteriormente a una serie de amigos con comentarios ácidos. Para mi sorpresa (vivo en mi propio mundo, está claro)  alguno lo calificó de "hábil" e "informativo".
Bien, seguro que es ambas cosas, pero he pensado en hacerle un "fisking" y ustedes deciden:

El malentendido

Las crisis tienen un efecto revelador. La parte sórdida del sistema social que en tiempos de bonanza no se ve porque nadie tiene interés en mirar, emerge cuando las cosas se tuercen de verdad. El caso Bankia, ejemplo insuperable del despilfarro fruto de la promiscuidad entre política y dinero, es el icono de una crisis que ha puesto en evidencia un alto deterioro de las instituciones españolas. A la crisis económica se ha sumado una grave crisis política: el agotamiento del estado de las autonomías y el desgaste de todo el sistema institucional. Urge una reforma institucional profunda, es decir, una redistribución democrática del poder.

En medio de esta crisis institucional, la reivindicación de la independencia de Cataluña, que rompe con el paradigma en que se había movido hasta ahora el nacionalismo catalán, acapara los debates. Las elecciones del 25-N son la segunda etapa de un proceso abierto por la manifestación del 11-S. Desde entonces el debate se ha movido sobre dos ejes que aportan poco a la claridad exigible: el miedo y la fábula. Desde el lado soberanista han imperado dos tendencias: dar el proceso como irreversible y pintar la independencia como un cuadro de Jauja. No tengo ninguna duda de que, en condiciones normales de temperatura y de presión, como decíamos en la escuela, Cataluña reúne todas las condiciones —población, tamaño, capacidad económica, infraestructuras, etcétera— para ser un Estado de la Unión Europea del nivel de Dinamarca, pongamos por caso. Pero es indudable que el proceso de transición está lleno de incertidumbres (( ¿Y ya está? Quizá en ciertas “condiciones normales” (que se habrían de de precisar muy mucho) Cataluña podría ser un estado. Incluso Andalucía, este contra-modelo tan apreciado. O Barcelona, ciudad-estado. Pero la primera “incertidumbre” es el motivo para dar tal paso. Resulta que unas personas, muchas de las cuales se llaman García, dicen que es imposible convivir con otras, muchas de la cuales también se llaman García, aunque lo hayan hecho durante siglos)) La primera de ellas, saber si hay o no una mayoría social por la independencia. Frente a la fábula, el miedo: las mil plagas que asolarían Cataluña, los rechazos que vendrían de todas partes (Se puede llamar a eso “miedo”? ¿La verdad es “miedo”?¿ O es la necesidad de marcar territorio con, oh, los peperos etc?). Simple y llanamente: la puerta cerrada. No pierdan el tiempo, la independencia es imposible (La independencia es imposible. Pero, ante todo es una barbaridad). Nadie ofrece un proyecto político alternativo a la independencia: o el statu quo o el caos, dicen  (¿Quién lo dice? ¿El PP? ¿Los supuestos anticatalanes que hay en el Psoe? ¿Y por qué tendría que tener alguien un proyecto alternativo? ¿Alguien lo tiene para la independencia Iglesia-estado? ¿Ante los derechos de las mujeres? No necesitamos alternativas a lo sensato. Ya tenemos la Constitución.  Hay ciudadanos que demandan “proyectos políticos alternativos” fuera de la Constitución como el fin del estado de las autonomías y un retorno al estado centralizado. ¿Le parece igual de bien a Ramoneda que se vehicule eso en una consulta?).
Este debate está lastrado por un malentendido, vestido con ropajes constitucionales. No pueden irse. O, si se quiere decir más retóricamente, al estilo de Ruiz Gallardón: España no existe sin Cataluña, por tanto, no podemos permitir que se vaya porque es negarnos a nosotros mismos. Y, en versión constitucional, la soberanía pertenece a la totalidad del pueblo español y nadie puede irse unilateralmente (Exacto, es lo que dice la Constitución Española. Y la francesa…Y…). Son posiciones que reflejan una idea de Cataluña como parte inseparable de un todo (Exacto, como el rellano del 4º respecto a toda la comunidad de vecinos). Es decir, a Cataluña se le reconoce la condición de extremidad o incluso de órgano vital (en el dramatismo fatuo de Gallardón), pero no de cuerpo (Bien, la de Gallardón es una expresión propia de un “dramatismo fatuo”, pero ya veremos como lo utiliza Ramoneda sin remilgos y arrimando el ascua.) Es una parte de España, no una entidad por sí misma, pegada a ella por naturaleza y no por voluntad propia (Cataluña, y eso es lo que le duele, está pegada a España. Pero, al parecer, hay partes que están pegadas “por naturaleza”, y otras “por voluntad”.  ¿Hay algún país del mundo que esté pegado “naturalmente”? Menuda tontería. Ni siquiera esa Cataluña que Ramoneda cree de una pieza tiene pegadas sus partes desde que se separaron los continentes. En algún momento de la historia hubo una espada. Como en todas partes) Una idea organicista del Estado que hace imposible el diálogo de tú a tú. (No lo causa esa idea “organicista” del estado, que ya ha dicho el mismo Ramoneda que era una metáfora “dramática”. Es que los estados son así. Resulta que son jerárquicos, fíjate. ¿Podría dialogar la población de  Vallmoll, Tarragona, con Cataluña “de tú a tú”?)
El presidente Pujol, que siempre recuerda que él nunca fue independentista aunque ahora puede que no tenga otro remedio (¿Es esto una humorada de Ramoneda?¿Peloteo "mascarelliano"? ), acaba de publicar un libro, El caminante frente al desfiladero, en el que desgrana su relación con España a lo largo de 60 años, y describe la sensación de falta de reconocimiento que le embarga. (¿Y cuál es la sorpresa? ¿No son los nacionalistas unos expertos en “sensaciones”? Y, ¿falta de “reconocimiento”? ¿Aún no tenemos los catalanes todo pagado cuando viajamos por España? ¿“Falta de reconocimiento” en comparación con quién? ¿Disfrutamos de menos “reconocimiento” que un albaceteño, por ejemplo? ¿O se trata de un reconocimiento al honor que conceden los catalanes al convivir con el resto de españoles aunque unos sean Alfa y otros Beta?) . Reconocer no es un gesto unilateral de tolerancia y magnanimidad hacia el otro. El reconocimiento es también otorgar al otro el derecho a reconocerte a ti, es decir, convertirle en igual (Ya estamos con la filosofía pop, el lenguaje auto-ayuda que hizo famoso a Zapatero. La misma escuela). Esto es lo que Pujol no encontró. (Pobre criatura. Él que siempre fue con la mano abierta y la sinceridad por delante…). Siempre pesa el malentendido: el cuerpo y la extremidad. (¿No quedamos que el símil era “fatuo” y dramático”? Una pierna o un brazo no pueden irse por su cuenta. (No, no pueden). A lo sumo el cuerpo puede decidir amputarlo para evitar la gangrena, como sugiere un sector de la extrema derecha mediática. (¿Quién es ahora dramático? Ah, ¿qué hablamos de la derechona? Entiendo.). De ahí se deriva todo lo demás: no al referéndum, no a la independencia. Pero precisamente ahí está el problema: la política democrática no puede ser orgánica (Es que no  lo es. Recuerda que era un símil tonto de Gallardón, ¿para que lo usas ahora?) Votar libremente una Constitución no significa convertirse para siempre en órgano inseparable de una entidad superior (No, claro. No votamos para ser “órganos “ de nada. Votamos una Constitución que nos otorgaba a todos unos derechos y libertades independientemente de que fuéramos hombres o mujeres, catalanes o andaluces, religiosos o ateos) Solo de igual  a igual se puede encauzar democráticamente el problema (¿De “igual a igual” entre quienes? ¿Seguimos con los “órganos”? Si es como ciudadanos, tenemos los mismos derechos. Yo no me siento parte de ningún “órgano”, ni catalán ni tarraconense. Y ya quedamos que los estados tienen estructura jerárquica o no lo son) Lo demás es entrar en la guerra de los resentimientos. (Eso. ¿La de los unos y los otros? ¿Esa equidistancia de ciertos intelectuales entre el extremismo político (independentismo) y los partidarios de cumplir la Ley?)
Las elecciones del 25-N darán pistas sobre la siguiente etapa de un proceso gradual en que nada está escrito de antemano (Y más si se dice que no habrá Ley que se interponga). La convocatoria de un referéndum obtendrá un respaldo abrumador en las urnas (Eso cree. Por eso publicita su postura. Que no le pille entre los tibios cuando llegue el momento).  Que el Parlamento español lo aceptara sería un punto de encuentro democrático, un gesto real de reconocimiento (¿De “reconocimiento” a que hay gente en España que, por que ellos lo valen, las leyes que rigen para los demás no rigen para ellos? ¿Esa asimetría tan cara a los ojos de los nacionalprogresistas?)  ¿Por qué negar la palabra a los catalanes? (¿Alguien niega la palabra a los catalanes? Que yo sepa, votamos mayoritariamente la Constitución)¿Por miedo a que la independencia gane el referéndum o por una cuestión de principios: ¿repugna que desde Catalunya se exprese la voluntad de ser un cuerpo autónomo, es decir, de hablar entre iguales? Ambas hipótesis remiten a la eterna prolongación del mismo malentendido. ((Bueno, aquí tenemos una falacia con nombre propio. Se llama “falacia de la doble elección”. El falaz decide que hay dos respuestas (¿por qué dos respuestas y no catorce?) a una pregunta “¿por qué negar la palabra a los catalanes”?, ya de por sí con trampa, y encima exige que elijamos entre una de las dos. Y las dos son fantasiosas y propias de un cerebro nacionalista. 
La primera, ese  miedo de que la Independencia gane el referéndum (por cierto, un miedo muy sensato y que cualquier catalán con dos dedos tendría que tener). Pero Ramoneda utiliza esta vez la palabra miedo con otra acepción. Se debería leer algo así como “rabia”, en el sentido más catalán del término. De “saberles muy mal” a los de, pongamos Madrid, al ver que les meten un gol. Estamos así ante este absurdo Madrid-Barcelona en el que ha convertido el nacionalprogresismo las relaciones entre catalanes y el resto. 
La segunda es algo peor. “Una cuestión de principios”, dice. Una maldad deliberada en impedir, y sigamos con el símil organicista perfectamente absurdo, que “Cataluña”, no los catalanes, puedan expresar su voluntad de ser un “cuerpo”, además autónomo. Bien, no lo somos. Por mi parte, muy asertivamente. Ellos no van a decidir que soy parte de un "cuerpo". Y, desde luego, no lo soy  del mismo  que Mas, Pujol o Ramoneda.  Soy una ciudadana catalana y española.
Ambas posibilidades –recordemos que el autor cierra de entrada la posibilidad de que haya más de dos, remiten a algo “eterno”, convenientemente “eterno”, diría yo, de propagar el “malentendido” del que han vivido estupendamente los intelectuales equidistantes y magníficamente aclimatados de este órgano –quizá pierna, quizá brazo- que es Cataluña. ¡Y esa es nuestra intelligentzia!)


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente comentario al artículo de Ramoneda. Para ver hasta dónde ha llegado el desprecio a los argumentos, la idolatría a los juegos malabares y a la equidistancia, y el caos mental de los semicultos y de los progresistas españoles, hay que asomarse a los comentarios de los artículos en la página del escritor Antonio Muñoz Molina, donde los comentaristas expresan sus opiniones sobre este lamentable asunto y otros mil. ¿Cómo hemos podido llegar hasta estos extremos?

Un saludo cordial,
Jorge Martín
Gijón

Juan Poz dijo...

El cambio de Ramoneda, del filosocialiso al filonacionalismo y ahora ya descaradamente al nacionalismo identitario se produjo poco antes de que viera en peligro la bicoca del CCCBde la que ha disfrutad sus muchos y muy buenos años, aunque reconozco que haciendo un excelente trabajo de dinamización cultural, si bien un pelín exquisito y elitista. Se acercó al nacionalismo para ver si era "aceptado" por la tribu contraria que se hacía con el poder. Y fue que no. Me llevé una gran decepción, pero entiendo que ciertos modos de vivir son bien apetitosos, y que cualquiera haría lo que fuera por conservarlos. Él lo ha hecho. A lo mejor se está postulando para un nuevo mandato.
Tu despiece, María Teresa, es ejemplar, magnífico. Un auténtico placer intelectual.

Juan Poz dijo...

Ya advierto, Teresa, que no te motiva mucho mantener el blog. Con todo, ¡qué falta de perspicacia política no haber seguido, para estas elecciones recién acabadas, los buenos consejos de quienes bien os quieren. Pudisteis hacer la negociación desde una posición de igualdad. Ahora no queda sino hacerla desde la inferioridad. En fin, mucho olfato político -ese bien intangible pero tan necesario para la dedicación a las cosas de la polis- no han demostrado en UPyD. ¡A ver si llegan esos acuerdos y podemos formar un grupo que compita en igualdad de votos con PP y PSC, de modo que pueda llegar a hacerse realidad un tripartito "de nuevo cuño"! ¡Que los dos lo veamos!

Mujer-Pez dijo...

Juan, ¿podrías escribirme a mujerpez@gmail.com?