Siempre que afloran los prejuicios éticos o nacionales,
en tiempos de escasez, cuando se desafía la autoestima o vigor nacional,
cuando sufrimos por nuestro insignificante papel y significado cósmico
o cuando hierve el fanatismo a nuestro alrededor, los hábitos de pensamiento
familiares de épocas antiguas toman el control. La llama de la vela parpadea.
Tiembla su pequeña luz. Aumenta la oscuridad.
Los demonios empiezan a agitarse (Carl Sagan).

Siguiendo con el pecking order

martes, 27 de marzo de 2007

Siguiendo con el pecking order



Desde hace unos pocos años, me toca hablar a veces en público. Ya lo llevo mejor, pero ha sido bastante violento. Hace unos días le pedí a una amiga que participase y tomara la palabra en un acto que yo organizaba. Abogada, alto cargo de la administración, mujer culta y de excelente presencia, se negó en redondo. No conseguí convencerla. Me habló de cierto ataque de pánico que tuvo una vez. Le expresé mi simpatía: sé cómo son, también pasé por el mío. Pero ni mostrando mi carcomido pecho quiso saber nada de una modesta exhibición de dos minutos.
A mi no me cabe duda de que esto está relacionado con el asunto del “pecking order” del que hablé el viernes pasado. Que alguien que no ha dado nunca este paso esté dispuesto a llamar la atención es un amago de alteración del orden jerárquico, y tuvo que estar, en nuestras igualitarias pero sutilmente organizadas sociedades de cazadores-recolectores de nuestro mundo ancestral, fuertemente penalizado. Aún, de alguna manera, lo está. Muchas de las manifestaciones físicas que se experimentan se corresponden, dramáticamente, con una situación de terror y de alarma. Se han hecho experimentos con monos en los que se les da a oír unas cintas en las que están grabados sonidos de otros monos, que ellos reconocen, pero manipulados de forma que no se corresponden con su lugar en el grupo y que desafían su orden. Las escenas de pánico, alboroto y caos son extraordinarias. Quien se arriesga está a la merced de la indignación del resto, y sabe que puede perder, metafóricamente, las plumas, y descender, aún más, en la escala jerárquica. Ninguna broma.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Para estos casos, el método Borges: un güisqui breve pero contundente. Creo que también hay fármacos que atemperan las alteraciones nerviosas del pánico: temblores, rubores, tartamudeos, etc.
O sea que para las primeras citas se aconseja ir "empastillado" o "chispeante".

Albert Macià dijo...

una parte del pánico a hablar en público es debida a la falta de experiencia en la "mecánica" de la misma, evidentemente hay personas de carácter más extrovertido, más o menos seguros de sí mismos... pero como en otras cosas, puede ser aprendido y controlado, tempo, guión preparado y practicado, forma de visualizar la audiencia...y reducir una tensión innecesaria por desconocida
es como ir al dentista, pánico a priori, pero luego ya sabes que irá en cierto orden: spray, anestesia, broca 1, limpiar, broca 2, limpiar, (y no sigo que me pongo
anóxico)